¿Puede haber algo más patético que encontrarse trabajando el día de nochebuena, a última hora de la tarde, sabiendo que tu turno ha acabado hace media hora y que, por decisión del nuevo gerente, te tienes que quedar hasta que los últimos clientes hayan salido por la puerta de los grandes almacenes?
Sí. Lo hay.
Si a esto le sumamos el resto de sucesos que componen mi penosa situación, llegaréis a entender el porqué de mi cara de acelga, mientras espero a que el chico que lleva diez minutos en mi sección se decida por uno de los perfumes que le he ofrecido.
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