Aunque lo había intentado, no lo lograba. Era algo superior a mí, pues no podía dejar de observar sus manos fuertes, jóvenes pero ya tan varoniles. Unas manos que no habían sido curtidas en ningún trabajo duro o actividad que las estropease, pues estaban tersas, cuidadas y fibrosas. Por su aspecto general deduje que nunca le había hecho falta ensuciarlas, aunque a mí me hubiese encantado que las embadurnase sobre mí misma y se colasen por todos los recovecos de mi cuerpo. El vello oscuro de sus brazos se dejaba entrever por la camisa, que se empuñaba desesperada a su antebrazo mientras él, decididamente, agarraba aquel trozo de cuero...
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