Louise Allen - El caballero pirata

Valoración:

Crítica realizada por LILIAN

Alessa Meredith, es inglesa por parte de padre, francesa por parte de madre y griega de corazón. Desde que falleció su padre, militar, en acto de servicio, su vida ha dado muchas vueltas. Tiene dos hijos adoptivos y se gana la vida preparando ungüentos y haciendo la colada por encargo. Una noche en el patio de su casa, presencia una pelea entre un maleante y un caballero. El caballero resulta malherido y Alessa, tras espantar al canalla, acoge -como la buena samaritana que es- al caballero, que resulta ser el conde de Blakeney.

Chance, lord Blakeney, está intrigado con la profesión de su salvadora y no tiene reparos en hacer preguntas. Cuando se repone, sigue frecuentando a Alessa y acaba por descubrir que la dulce moza no está sola en el mundo, sino que, por el contrario, está emparentada con la nobleza británica por vía paterna. Además, convenientemente, se encuentra en Corfú una de esas parientes que la pone al día. Le corresponden 1000 libras al año y quizá alguna casita en el campo. El problema son los dos niños que sobran en la vida de una señorita y la tía de Alessa, por casamiento lady Blackstone, está decidida a quitárselos de enmedio.

Y llegados a este punto, cuando ya empezaba a pensar que no podría pasar una hoja más sin ponerme a gritar, el argumento se pone todavía más insufrible. Comienza el viaje a través de los mares, de Alessa y Chance. La primera viaja en un barco, secuestrada prácticamente, y el segundo corre en su ayuda ayudado por un pirata.

¿Rescatará a tiempo el conde de Blakeney a la señorita Meredith o morirá en el intento?

De la novela encuentro absurdo hasta el título. El conde de Blakeney no es ningún pirata. Simplemente, se sube a bordo del barco de un pirata para poder rescatar a su amada de las garras de su tía. La tía Blackstone, se supone que es una pécora por querer separar a Alessa de sus hijos, pero no logra encenderte la sangre con su maldad. No transmite, es una mala del montón.

En general, no me ha gustado nada la forma que tienen los protagonistas de expresarse, no logran que te metas en situación. Los diálogos están fuera de lugar siendo el contexto histórico. La autora sitúa la trama en la isla de Corfú en el año 1817. Y la prota puede preguntar tan tranquila al prota: ¿Creéis que estaba teniendo sexo con ellos?, o preguntarle por sus orgías o rechazar un vaso de limonada y replicar el conde: No te estoy invitando a la cama... Sin embargo, va otro hombre, le besa la mano y el conde quiere desafiarle a un duelo. Vamos que estamos ante un despropósito o ante el paradigma de la modernidad en el siglo XIX.

En cuanto al resto de los personajes secundarios, dícese de niños, vecinos y demás, son más sosos que el agua de fregar.

Mi puntuación es 1/5

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