• Fecha: Domingo, 28 Junio 2015

Retrato realizado por John Opie hacia 1797Cada vez que pienso en el inicio de los movimientos por la igualdad de la mujer, por esa lucha que hoy nos dicen que ya hemos ganado y que cuando algún iluminado me insulta en la cara queriendo hacérmelo creer me dan ganas de gritarle: «Y un mierda, ¿o es que nos tomáis idiotas?, aún falta mucho por conseguir y lo tenéis que hacer todos los que tenéis pito, que nosotras seguimos avanzando...», bueno, pues cuando pienso en sus orígenes siempre me vienen a la mente esas mujeres sufragistas de finales del XIX primeros de XX con sus pancartas y fotografiadas en blanco y negro.

Pero hubo también un antes y un después a esas fotos. Quizá esta fue la parte más escandalosa porque fue rompedora, porque fue una organización de mujeres de todas las clases y pensamientos y porque salieron a la calle, no se quedaron a pensar en casa sino que se unieron para cambiar el mundo.

Mi parte favorita del después, o la que me hace reír, fue la vuelta de los soldados en 1918 tras la Gran Guerra (antes de que hubiera que contarlas). Habían marchado, valientes, a salvarnos de la tiranía de otros. Y ahora no soy irónica. Fueron hombres bizarros, llenos arrojo y bravura los que hicieron que el mundo sea como es hoy... pero dejaron a sus mujeres solas, y estas hubieron de labrar, hornear, conducir, llevar las cuentas de las empresas... Y subirse las faldas para poder caminar cómodas, quitarse los corsés para poder trabajar. Cuando al regresar sus esposos, padres, etc. pretendieron confinarlas de nuevo en sus cocinas, aprendieron un nuevo concepto de resistencia pasiva. Aquellas mujeres no eran menos bravas o valientes que ellos, y tenían unos ideales propios y duraderos. También querían una vida mejor y más justa.

Pero antes de ellas y de las sufragistas, también hubo mujeres, algunas influyentes, que buscaron a su modo despertar a otras de su estado aletargado de esposas de... madres de... e intentaron instarlas a pensar por sí mismas, a crearse metas, a crear sus propias reglas, unas no tan distintas de las que regían a los hombres.

Y entre ellas me gusta destacar a una en concreto: Mary Wollstonecraft. Esta mujer, cuyo apellido según Miranda Kellaway suena igual que cuando se te cae una vajilla al suelo y se rompe, es especialmente conocida por su vida disipada y por ser la madre de Mary Shelley, la autora de Frankesntein.

Pero fueron otros sus méritos capitales.

Está considerara por todos sin excepción como la principal precursora del Movimiento Feminista. Así que quedaos con su nombre porque es mucho lo que le debemos.

Entres sus principales éxitos está de entrada cuándo comenzó a declarar sus ideas, pues nació en 1759 y murió a los cuarenta y ocho años. Una época en la que, por favor, pensad que todavía no se había dado la Revolución Francesa (en 1789 se tomó la Bastilla pero no se calmarían las cosas en una década) y persistía un sistema feudal donde el dueño de las tierras era casi el dueño de todos los que en ellas habitaban, aunque no fueran sus esclavos como tales sino sus siervos.

En una época en la que en las Colonias inglesas, su país de nacionalidad, todavía existían los esclavos, Mary Wollstonecraft —desde ahora Mary W.— ya hablaba de la educación de la mujer en su tratado Reflexiones sobre la educación de las hijas, publicada en 1787. Una novela que levantó ampollas entre los caballeros pero que abrió la mente a muchas mujeres y que le valió el respeto en aquel momento de todas ellas.

En 1792 publicó la que sería su obra más influyente Vindicación de los Derechos de la Mujer. Curiosamente Mary W. no pedía una igualdad uniforme para hombres y mujeres. De hecho consideraba a las mujeres «estúpidas y superficiales», pero creía que lo eran porque no habían sido educadas como seres racionales.

Rousseau, en sus tratados un par de décadas anteriores, hablaba de la educación del hombre pero negaba a las mujeres la necesidad de dicha educación. Mary W. le contradecía y fundamentaba su crítica al gran pensador del momento basándola en que dándole conocimientos a la esposa complementaría esta a su esposo. Pero sobre todo, y esta era la parte que más le interesaba, transmitiría esa sabiduría a la siguiente generación.

Nunca pidió el derecho al voto para la mujer, pero os tengo que insistir que en muchos países había hombres que tampoco tenían derecho a votar por su condición, o su falta de ella. Lo que promulgaba era que si el hombre y la mujer eran iguales a los ojos de Dios debían regirse por los mismas normas y principios morales, y desde luego por las mismas leyes. Porque me temo que a finales del XVIII eso no era así, ni se acercaba a serlo, ni para colmo de males ningún hombre se planteaba que pudiera llegar a ser distinto algún día. ¿Hombres y mujeres medidos por el mismo rasero? ¡Imposible! debían pensar. Ojalá pudieran venir una semanita a la época actual, jeje.

Tristemente tampoco muchas mujeres creían que dicho sistema fuera justo o debiera instaurarse, en realidad.

Pero plantó la semillita, y de ahí su gran mérito: imaginar un mundo mejor, más justo para nosotras; crearlo de la nada pues el sistema feudal continuaba asentado a pesar de que la clase aburguesada comenzaba a tener un peso social importante; y hallar propuestas reales y viables para articularlo de una forma duradera y que creciera exponencialmente.

En su vida personal no obstante tuvo un hijo sin llegar a casarse con su amante. Y quedó embarazada de otro hombre con el que sí se casó, ya embarazada, para legitimarlo. Pero vivieron en casas separadas.

E insisto de nuevo porque soy muy pesada y porque esté de acuerdo o no con sus decisiones en lo personal hay que quitarse el sombrero por el valor que le echó a su vida. Vivió como pensaba que debía e intentó que otras mujeres tuvieran también la opción de decidir.

Para fortuna de muchos (y ahora hablo en masculino) en aquel entonces su vida personal era tan reprobable que no se la consideró buen ejemplo de nada.

Y para finalizar os cuento, porque es un detalle que me encanta, que su obra más dura fue la última que escribió, María, en 1798. Y en ella se mezclan por primera vez clases sociales en el concepto de feminismo. La protagonisa, María, es una mujer rica encerrada en un manicomio por su deleznable esposo y allí se hace amiga de una enfermera con un terrible matrimonio, también. Es de las primerísimas novelas en las que dos mujeres de distintas clases son amigas de verdad.

Así que, aunque llegue tarde y desde una humilde servidora, desde aquí Mary Wollstonecraft, gracias por tus esfuerzos y por abrir un camino que nosotras seguimos recorriendo.

*Artículo realizado por Ruth M. Lerga

Imágen que acompaña el artículo: Retrato realizado por John Opie hacia 1797.

 

 

Comentarios (4)

  • Rociodc

    18 Octubre 2015 a las 21:56 |
    Un "ole" para esta mujer, que no tubo que tenerlo nada fácil, y aún así no desistió. Gracias a ella tenemos mucho de lo que tenemos ahora, aunque por desgracia tenemos que seguir luchando por la igualdad. Pero gracias a mujeres como ellas que no se rindieron y como dices, nos abrieron el camino. Y tal como dices Ruth, ojalá algunos de esos hombres de mente cerrada (supongo que casi todos) pudieran pasar aunque ses un solo día en la época actual, que le daría un "jamacuco" jejeje
    Gracias!

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  • Silvia77

    03 Octubre 2015 a las 10:49 |
    La educación, otro caballo de batalla contra el que la mujer ha tenido que batallar. Mary W. hizo mucho por cambiar su entorno, pero tiene mérito que en la época que le tocó vivir ella sí que pensara y sacara tales conclusiones. No quiero ni pensar las lindezas con las que la calificarían los hombres cuando publicó sus libros. Gracias a ella y a otras muchas que lucharon después que ella nosotras lo tenemos algo más fácil, aunque como dice Ruth, aún queda mucho por hacer.

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  • Roxana

    02 Octubre 2015 a las 16:43 |
    Me encanta que una mujer tan notable como Mary Wollstronecraft aparezca en esta web. Su "Vindicación de los derechos de la mujer" debería ser una lectura obligada.

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  • Jane

    29 Junio 2015 a las 10:42 |
    Muy buena reflexión y descubrimiento. Una mujer con una vida digna de mención. Para que luego digan que las mujeres de las novelas no son creíbles por su naturaleza rebelde :) Mis Felicitaciones a Ruth.

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