Estoy de escapada unos días en Londres, felicísima. Es domingo, y el sol se ha dignado a honrarnos con su presencia, así que propongo a mi chico hacer lo que hacen todos los londinenses cuando un domingo hace bueno: ir a Hyde Park. Por tanto cogemos la línea azul oscura del metro, paramos en Hyde Park Corner, y nos adentramos en el enorme parque que se une a Kensginton Gardens, rodeado de barrios tan conocidos como Belgravia, o la zona por excelencia de mis novelas favoritas: Mayfair, que por cierto sigue siendo increíblemente hermosa.
El parque pertenecía al castillo de Hyde, de ahí su nombre, hasta que Enrique VIII, el de los Tudor, ese que se casó casi tanta veces como la Taylor, se lo adueñó para hacer un coto de caza real. De gamos, para más información, que hay que fastidiarse. En 1635 fue abierto al público, y en 1730 se construyó el famoso Serpentine, el río artificial de forma ondulante fruto de la unión de ocho pozas, que al llegar a Kensington Gardens cambia de nombre para llamarse Long Water. Ese lago que sale en todas las novelas de Regencia.
Nos sentamos y vemos a algunas inglesas en sujetador tomando el sol, mientras las familias, más moderadas, sacan sus cestas de picnic con sus sándwiches, ninguno de los cuales llevará jamón de verdad. Hemos venido preparados, no es nuestra primera vez. Así que de la mochila que mi chico carga saco una bolsita llena de frutos secos, me siento bajo un árbol, y solo tengo que esperar medio minuto para que algunas preciosas ardillas grises se acerquen. La más descarada es la que finalmente toma la almendra de mis dedos, y se come su premio delante de mí, tan pancha. De repente mi peludita invitada pone las orejas de punta y deja de comer. Dos perros de marca, que en Hyde Park no encontraréis chuchos, esperan con las orejas en alto y una pata delantera levantada (elegantes, caros pero elegantes, estos perros) orden de cazar a mi nueva amiga. Los miro con rencor. El dueño me sonríe, y a la ardilla le falta levantar el dedo corazón para burlarse, pues sabe que no la atacaran. Me coge otra almendra y trepa por el árbol. Los perros de marca se relajan y siguen paseando, mientras su dueño de clase A me da los buenos días con su sombrero. Parece que por este parque no pase el tiempo; los gentleman viven cerca, y eso se nota.
Mi marido se va a dar de comer a los patos. Pero a mí no me gustan las plumas, si no son en un vestido, así que le digo que haga marcha, y me quedo en mi árbol y me dejo llevar.
Ahora sí, ahora lo veo, allí estoy yo, rodeada de 270 hectáreas de paz en plena Regencia. Ains, sí, me veo, ¡y qué bien me veo! por cierto.
Voy a dar un paseo, a saludar a cuantos caballeros y damiselas encuentre, y a dejar que se pregunten quién es la hermosa desconocida con el vestido púrpura a la última y el cabello peinado al estilo Shappo, tan en boga en el neoclasicismo. ¡Esperad, no! Voy en un birlocho, que es lo más de lo más en la segunda década del siglo XIX, y que me envidien. Con mi sombrilla, mi acompañante, y mi sonrisa de Mona Lisa, ya que estamos.
Son las cuatro y media, en este momento los caminos están llenos. Entre las cuatro y las seis es la hora perfecta para que la aristocracia pasee, en coche, a pie o a caballo, para ver y ser vista. Por la mañana, en cambio sirve para hacer algo de ejercicio, para cabalgar sin riesgo de que jóvenes con cestas convenientemente vigilados, carruajes fastuosos, tílburis veloces conducidos por petimetres descerebrados... molesten a los jinetes y amazonas de verdad.
He dado instrucciones a mi cochero para que se dirija desde el Serpentine hasta el West Sourne, el arroyo que lo alimentaba hasta que hubo de hacerlo el Támesis, por problemas de olores a agua estancada. Han comenzado las obras para construir el puente que partirá el lago del Long Water, en el punto en el que 1814 se representó la victoria de Trafalgar en su décimo aniversario. De ahí nos acercamos hacia donde en 1851 se inaugurará la Exposición Universal, con su palacio de cristal, y todos los edificios que en el futuro servirán de Museos de Ciencias, Historia... y un poco más adelante, cuando vuelva al futuro, si quiero podré acercarme a Harrods. Pero ahora estoy en la Regencia, y dado que la gran puerta en honor a Wellington todavía no se ha construido, la estatua de bronce con el primer desnudo de la ciudad, que escandalizaría a todas las mujeres que la sufragaron, todavía no ha sido colocada (volveré a ese día en otro momento, jijiji), y la llamada Casa de Buckingham, donde vivirá la reina Carlota, está a medio construir, no me desviaré por el Constitutional Hill, sino que seguiré hasta el Rotten Row (route du roi, camino del rey en francés, que curiosamente degeneró, por pronunciación, en hilera podrida en inglés), hacia el este.
Veo los parterres bien cuidados, las flores tan hermosas, coloridas, abiertas. Huele a primavera y a temporada. Huele a paraíso.
Miro a las damas que me miran, entre fisgonas y recelosas, pues no saben quién soy ni si he venido a robarles el mejor partido de la temporada. ¡Qué sufran! Sonreiré a cada caballero que me cruce, aunque me tachen de coqueta, y hoy solo hablarán de mí.
Me dirijo hacia donde ahora apenas hay una lápida que recuerda que hasta 1783 allí se hallaba un patíbulo donde ajusticiaban reos y se armaba un buen jolgorio el día de la ejecución, y donde en un par de décadas se trasladará Marble Arch. Pero ahora no hay nada. Ni siquiera el Speaker's Corner, un pequeño lugar donde cualquiera puede hablar, siempre que no sea ofensivo. Es una costumbre arraigada desde la época victoriana que muchos partidos minoritarios, así como personas que tiene algo que decir, lo que sea, acudan a este rincón de Hyde Park a hablar. Siempre encuentran a alguien dispuesto a escuchar.
Pido a mi cochero que se detenga, y a mi dama de compañía que se aleje. Acabo de ver al duque de Northuberland, y es poco habitual encontrárselo por la ciudad, tan lejos de sus tierras, al norte, en la frontera con Escocia. ¿Será cierto que busca esposa? Por si acaso me bajo el escote... Vestido en el 38 de Old Bond Street, botas hessianas negras brillantes con discretas borlas, pañuelo anudado en cascada con un alfiler en brillante, me mira y pregunta a sus acompañantes. Le miro, vanidosa, y simulo abrir la novela que porto por cualquier página al azar, y le vigilo por encima del libro. Me sonrojo cuando vuelve a mirarme, y se aleja de su séquito, pero no se decide a acercarse. Creo que me está tentando.
Dios, qué ojazos. Si pudiera, me levantaría y me acercaría yo. ¿Qué tal sería decirle "Hola, soy Ruth, me he perdido, ¿me ayudas a encontrarme?". No, me tengo que hacer la modosita.
Ains, se acerca. No sé hacer una maldita reverencia. Pero ni falta que me hace, ahora que lo pienso, sé hacer cosas que las debutantes que me rodean ni han soñado que se pueden hacer. Como se ponga a tiro, igual busco uno de esos caminos que seguro que no solo hay en Vauxhall, y le enseño yo un par de cosillas del siglo XXI...
-Cariño, ¿Apsley House?
Unos enormes ojos azules me miran con ternura. ¿Quién quiere un duque cuando se tiene un chico que sabe perfectamente qué quieres ver a continuación, aunque esté harto de visitar siempre lo mismo, y te lleva sin rechistar?
Pero, sinceramente, ya podría haber venido unos minutitos más tarde. Seguro que algún pato se ha quedado hambriento. Esta cisne tenía apetito, jijiji.
*Artículo realizado por Ruth M. Lerga
Fotografías del artículo: Ruth M. Lerga y Pixabay
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Comentarios (29)
Silvia77
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Mayu
Acabo de leer este artículo tuyo y me ha encantado. Me he enfrascado en la lectura y en menos de un segundo ya leía entre enternecida, curiosa y divertida, todo lo que nos estabas contando. La foto de la ardilla me ha encantado *_________*, y la divagación sobre el duque me ha hecho reir muchísimo, pero lo mejor, es que con tu artículo, tan bonito, ameno y divertido, se aprenden un par de cosas importantes *___________*.
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Pilar
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Pilar
Pero lo que de verdad quiero es otro libro tuyo, no nos puedes dejar solo con "Cuando el corazón perdona". Estoy segura que son muchas lectoras que opinan lo mismo. Gracias Ruth.
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Ruth M. Lerga
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rociodc
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Maria945
Muchas gracias por el artículo.
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malory
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Malory
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Ruth M. Lerga
Besos para ti, ya sabes que me encantas porque precisamente tú me obligas a estar al día en todo. Que lo sepa todo el mundo: Malory es de las que un día te manda un mail y te pregunta: En 1851, en la pared ¿había papel o tela? Es una crack de las preguntas raras, raras.
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Aspasia24
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mariasther
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kalina
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Katon
Una visita guiada a Hyde Park y su historia contada de forma magistral.
Gracia Ruth y gracias a RNR por el artículo
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Miryam
Me encanta el artículo.
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Ruth M. Lerga
De todas formas, ellas me pegan la rabia... pero ¿qué hay de lo que les contagiaría yo, eh? Jajaja.
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merce
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*Soraya*
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ELSA
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Elizh
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Nieves
Tengo que ponerme un traje de época, alquilar un carruaje y pasearme por Hyde Park (a caballo no, que saldría por las orejas)
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Ruth M. Lerga
Un beso, y gracias a todas, así da gusto escribir sobre estas cosillas que tanto nos gustan ;)
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Elena
Qué ganas de poderlo disfrutar como tú....
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anasy
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Sandrayruth
Me alegro que lo hayas disfrutado!!
Ojalá pueda ir algún día, y soñar como tú ;)
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Aysha
¡Excelente artículo! Gracias
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kkekka
Gracias por otro gran artículo.
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Mary Jo
Como siempre un articulo muy bien narrado, simpatico y lleno de detalles que desconocía.
Gracias por el artitulo,
Ains que envidia ¡Londres en primavera!!!
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sara
¡¡¡Muy buen trabajo!!!
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